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ISSN 1989-4163

NUMERO 24 - VERANO 2011

Democracia

Inés Matute

La voluntad general, formada sobre la base del principio mayoritario, no debe ser una imposición dictatorial; si así fuera, tendría razón Borges cuando se refería a la democracia como “ese abuso de la estadística”. El meollo de la democracia no reside tanto en el principio de la mayoría cuanto en el compromiso permanente entre mayoría y minorías. Cuando ese compromiso se quiebra, cuando la mayoría se niega a garantizar a la minoría libertades igualitarias, Rawls justifica la desobediencia civil. Aquí pondremos en relevancia la figura del Parlamento, único lugar donde puede producirse el compromiso entre ambas. Pero, como todo el mundo sabe, los parlamentos que conocemos son lugares donde se produce teatro. De mala calidad, además. Un lugar donde sólo se persigue el desprestigio  recíproco de todos los partidos políticos que compiten por el poder. Y ese problema es tanto más grave cuanto que estamos obligados a perfeccionar lo que ya tenemos, pues hoy por hoy no se vislumbra ninguna alternativa decente a la democracia. Ha sido un camino largo y duro. La democracia, y ahí aciertan los pragmatistas, no se basa tanto en valores universales, cuanto en un proyecto empírico de riesgo, un experimento social siempre abierto a perfeccionar o a equivocar su rumbo. Ya no sirven los platonismos, los marxismos ni otras panaceas universales, y sólo nos queda la cautelosa voluntad de ir mejorando lo que hay.

Y lo que hay, en mi comunidad, es una escandalosa partida económica destinada a la producción, publicación y promoción de textos en catalán- no necesariamente literarios-, y cuatro perras gordas para todo lo demás. Los documentos escritos en castellano, “no merecen” similar apoyo y difusión. Para eso ya está  “España”, para publicar y dar voz a quienes siendo tal vez bilingües, optan por el castellano a la hora de escribir. Para ellos, encontrar editor en las islas es mucho difícil, humillante y desconcertante. He conocido autores mallorquines que incluso han hecho traducir su obra al catalán para poder publicarla: gracias a ellos, un puñado de estudiantes de filología catalana hacen prácticas mal remuneradas y engordan el curriculum, eso sí.

Habría que revisar ese mutuo pacto de no agresión entre los grupos de fuerza y evitar que, como es el caso, el pequeño o minoritario acabe acogotando a su hermano mayor en aras de un proteccionismo que nos recuerda, y van cien, el despotismo repugnante y prepotente del que se han valido para llegar donde están.

¿Acaso no eran ellos los que llamaban “fascistas represores” a todo aquel que intentaba silenciar su voz?

Democracia

 

 

 

 

 

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